Corría el año 1990, y el heavy metal estaba pasando por una encrucijada. La escena estaba saturada, las modas y tendencias cambiaban, pero entonces, como un rayo brillante en la noche, Judas Priest desató una bestia maldita. “Painkiller” no fue solo un álbum; fue un auténtico grito de guerra, una declaración firme de que el metal nunca moriría, por si alguien todavía lo pudiera dudar en ese momento.

Desde los primeros redobles de batería de Scott Travis, que se han vuelto icónicos en el mundo del metal, hasta el agudo y poderoso alarido de Rob Halford, “Painkiller” te toma por el cuello y no te suelta hasta separar la cabeza de tu cuerpo. La velocidad y la precisión de los riffs de guitarra de Glenn Tipton y K.K. Downing son comparables con motosierras melódicas que rebanan por mitad los débiles cuerpos que se cruzan por su camino, y el bajo de Ian Hill retumba bombásticamente en tu pecho como el latido de un corazón hecho de titanio.

Con himnos inmortales como “Painkiller”, “One Shot at Glory”, “Metal Meltdown” y “A Touch of Evil” -y prácticamente todas las demás canciones del álbum-, la banda logró combinar la agresividad del thrash con la grandiosidad del heavy metal clásico. La composición musical es rica, cada tema es una avalancha de potencia y técnica, y todo fanático del metal tiene que escuchar este disco a todo volumen al menos una vez en su perra vida.

“Painkiller” no solo reimpulsó la carrera de Judas Priest, sino que también aseguró su lugar en el mundo de los dioses del metal. Este álbum es un salvavidas para aquellos que necesitan una inyección de adrenalina pura directa al corazón. Siempre lo hemos dicho, si tuviéramos que mandar al espacio un álbum de heavy metal para mostrar a los extraterrestres de qué estamos hechos, “Painkiller” sería uno de nuestras mejores opciones.